En bici hasta Trolltunga con DIABETES
Un día de esos en los que se está pensando en viajes, mundo y otros sueños, nos topamos con una fotografía de una roca sobresaliendo de la montaña por encima de un gran río zigzagueante color azul. Sin saber siquiera si ese lugar existía en realidad, decidimos que algún día teníamos que llegar a él. Un 12 de febrero de 2014 (un mes antes de dejar Argentina), viajamos hasta Buenos Aires para presentar nuestros papeles para solicitar la visa Working Holiday para Dinamarca. Como el país no tiene embajada en Argentina, tuvimos que realizar el trámite en la embajada de Noruega. Ese lugar es emblemáticamente motivador. Estar ahí implica que te resta sólo un escalón para obtener un permiso de trabajo en Europa y, además de eso, te da vuelta la cabeza con fotografías e información sobre un país que prácticamente desconocías. Estuvimos 15 minutos en la sala de espera y ojeando los folletos nos encontramos con que ese lugar de nuestros sueños sí existía y se llamaba Trolltunga, lo que significa: lengua de troll. Sólo un ¼ de hora bastó para que entendamos que Noruega era todo lo que estábamos buscando, y, si nos aprobaban la visa, íbamos a estar muy cerca.
Fue por eso que, a la hora de plantearnos por dónde seguir después de Dinamarca, la respuesta siempre fue Noruega. A dedo, en tren, en bici, en auto o como fuese, pero el primer destino era indiscutible. ¿Cómo íbamos a desaprovechar semejante oportunidad? ¿Cuántas veces en la vida íbamos a tener la posibilidad de trabajar en uno de los países con mejor sueldo del mundo y que queda a un ferry de distancia del lugar de nuestros sueños?
El cómo llegó después, de la mano de EN BICI POR LA DIABETES y de la idea de que este viaje en el que cumplimos nuestros sueños lleve también un mensaje. Nos propusimos hacer todo lo que nos parecía algo imposible de hacer con diabetes tipo 1. Después de todo, empezamos a hacerlo el día que nos subimos con las mochilas a un avión sin saber cuándo íbamos a volver, de qué íbamos a trabajar y cómo íbamos a vivir.
Luego de largos meses de una odisea que implicó conseguir trabajo en Dinamarca, un cuarto, ahorrar plata, conseguir insulinas y tiras reactivas, comprar las bicis, la carpa y todo el equipamiento necesario, estábamos listos para emprender nuestro viaje que empezaría en Stavanger (Noruega) para llegar hasta Trolltunga y terminar quién sabe dónde. Pero esto recién empezaba, como lo suponíamos, nada iba a ser como lo planeamos.
El viaje en bici
Eran las ocho de la mañana y teníamos todo listo para dejar la habitación en a que habíamos vivido los últimos cuatro meses en Valby (Copenhague-Dinamarca). Nuestro amigo Axel, el cordobés, estaba ahí para hacernos el aguante. Las bicis estaban armadas con dos alforjas delanteras (alforjas son los bolsos que se usan para viajar en bicicleta), una manillar, dos alforjas traseras, un bolso estanco y algo más arriba (en mi caso: una mochila con todas las insulinas de Uli, en su caso: la carpa). Lo que era un simple medio de transporte había adquirido unas dimensiones monstruosas y un peso inexplicable. Me dio miedo agarrarla, sentía que era algo muy ajeno a mí, casi contradictorio. Pero había que hacerlo y Uli estaba tan entusiasmado que parecía no asustarle en absoluto. Nuestra primera gran meta: 5 km hasta la estación de trenes, sin caernos. Fue como aprender a andar en bicicleta por primera vez, pero lo hicimos. Además de Axel, Nacho, Michi y Dani estaban ahí para darnos el último adiós. Ellos son parte de un hermoso grupo de argentinos que conocimos en Copenhague y que fueron como nuestra familia. Todo transcurría como en un espiral: otra vez estábamos dejando nuestra zona de confort y despidiendo a nuestros seres queridos para adentrarnos en una aventura tan emocionante como incierta.
Llegamos en tren hasta Hirtshals, del otro lado de Dinamarca, para tomar el ferry que te lleva hasta Stavanger, Noruega, y así empezar con el pedaleo. Tomamos un tren, no porque no quisiésemos pedalear todo el camino sino porque nuestra visa Working Holiday estaba finalizando y empezaban a correr los 3 meses que tenemos de turistas como argentinos en toda la zona Schengen (lo que es casi todo el territorio Europeo). 3 meses que preferíamos aprovechar en otro lado. Por esas horas tuvimos un percance que fue el de olvidarnos la mochila con la plata y las insulinas para todo un año, en una estación de trenes. Casi se nos acaba el viaje en el mismo comienzo, pero tenemos la suerte de que aún hay lugares en los que nadie se adueña de lo ajeno y Dinamarca es uno de esos. Una hora después, la mochila estaba en el mismo lugar donde la dejamos, rodeada de gente. El pánico y las lágrimas estuvieron igual.
Ahora sí. El ferry había llegado a destino y sólo teníamos 16 km desde la zona del puerto hasta la ciudad de Stavanger. Siempre nos imaginamos la llegada a Noruega como un momento muy especial en el cual veíamos el sol reflejando en el agua azul y las casitas rojas y las montañas cubiertas de verde nos daban la bienvenida. Pero la realidad fue otra. Bajamos del ferry ya pedaleando y nos encontramos con un paisaje de puerto gris, una lluvia torrencial, un frío que te daban ganas de volver adentro y cero señales de ciudad o bosques. En el primer y único techito que encontramos, frenamos y nos equipamos con todo el material impermeable que teníamos (pantalón, campera, guantes y cobertores). Volvimos a salir y nos encontramos con el puerto desembocaba en la ruta, que la ruta estaba llena de camiones y no había ciclovía. Temblaba. La lluvia no nos dejaba ver, la ropa impermeable no estaba funcionando, el viento hacía que perdamos el equilibrio y yo tenía que frenar porque los camiones me tumbaban. Como si eso fuera poco, el manubrio de mi bici, de repente, se aflojó y giraba. No había ningún techo para frenar a ajustarlo. Eso parecía una causa perdida. ¿Cómo íbamos a llegar hasta la ciudad si ni siquiera podía subirme a la bici y tiritaba del frío y del pánico?
Apareció una ciclovía que iba por el costado de la ruta y un pequeño túnel donde pudimos ponernos al reparo y, al menos, ajustar mi manubrio. Frío, mucho frío. Estábamos empapados y las botitas supuestamente impermeables eran un charco. No nos quedaba otra, no podíamos quedarnos en el medio de la ruta debajo de la lluvia y el viento, teníamos que llegar a la ciudad. Y esos 16 primeros kilómetros, que no contamos, fueron eternos. Con el peso que llevábamos, más nuestro propio peso aumentado por la ropa empapada y la falta de estado físico, me era casi imposible pedalear en subida. Por lo que el 60% del camino fue caminando con la bici al lado, a bajo de la lluvia. De a poquito, a las 3 horas, llegamos al camping ubicado a las afueras de la ciudad.
Así empezaba esta aventura que creí suicida por los primeros días. Así aprendimos también. Todo lo que nos parecía extremadamente indispensable dejó de serlo y dejamos, al menos, cuatro kilos en el primer camping. Armamos y desarmamos una y otra vez las alforjas hasta que quedaron mejor armadas y con el peso distribuido. Fuimos hasta la oficina de turismo para conseguir un mapa de ruta de bicicletas y de asesorarnos sobre cuáles son los mejores caminos para cicloviajeros.
A los dos días, salió el sol y ya estábamos listos para arrancar. El pánico del comienzo se había desvanecido un poco. Trolltunga nos estaba esperando e íbamos a llegar en 10, 15 o 30 días. Nos íbamos a tomar todo el tiempo que necesitásemos sin pensar en las limitaciones de la visa.
Noruega es un país geográficamente roto (en palabras de nuestro amigo Axel) y está compuesto por muchas islas unidas por puentes o barcos. Eso es lo que hace que sea un país tan caro para el turista. Son muchos los ferrys que hay que pagar en el camino y, en nuestro caso, los colectivos que tenemos que tomar para cruzar los túneles que están prohibidos para bicicletas.
Habíamos conseguido un mapa con rutas recomendadas para bici que llegaba hasta un poco antes de Odda, el pueblito base para hacer la escalada a Trolltunga. Trazamos dos posibles recorridos, uno que nos llevaba por adentro, a través de las montañas, y otro que nos hacía ir hasta la costa y volver a entrar a las montañas pero por el oeste. La primera opción era la más corta aunque con caminos más empinados, pero era la que tenía los paisajes que más anhelábamos. Así que le pusimos fichas a esa.
Cualquiera de las dos rutas empezaban por el puesto número uno de Lonely Planet en “vistas que te quitan el aliento”: Preikestolen, más conocido como “el Púlpito”. Y como el día acompañaba, ese fue nuestro primer logro. 15 km en subida desde Tau hasta el camping, más 4 km en subida hasta la base (aunque ya con las bicis descargadas- entre 40 y 50 kg menos cada uno), más 2 horas de escalada hasta la cima. No estábamos preparados en absoluto y Uli no había ingerido la cantidad de carbohidratos necesarios para tanta demanda física de golpe. Fueron siete las hipoglucemias en todo el trayecto (hipoglucemia: bajo nivel de glucosa en sangre que puede desembocar en un coma diabético). Son muchas, demasiadas, considerando que en una diabetes controlada no debería haber hipoglucemias. Habíamos almorzado arroz, comido frutos secos y chocolates en todo el camino, pero no fue suficiente. Cuando nos quedaba una hora de escalada empezamos a pedirle a la gente que bajaba si tenía algo dulce de sobra ya que Uli se había acabado casi todas las dextrosas (comprimidos de azúcar que sirven para combatir rápidamente las hipoglucemias). Nos dimos cuenta de que teníamos mucho por aprender en el camino.
A las 21.30 llegamos a la cima y fue un espectáculo. Había sólo cuatro personas, además de nosotros, y se fueron yendo hasta que quedamos solos por unos momentos. Luego nos acompañó Antonio, un fotógrafo español que también había subido a toda velocidad para llegar a ver el espectáculo que brinda el atardecer sobre el fiordo.
Nos sentamos en la roca que sobresale de la montaña y miramos al abismo. El precipicio daba vértigo y un poco de miedo, pero el fiordo zigzagueando entre las montañas y perdiéndose a lo lejos, más el silencio y el cielo azul, daban paz, mucha paz. No podíamos entender cómo ese podía ser el lugar elegido por tanta gente para quitarse la vida. Si creés que tu vida no tiene sentido y llegás hasta ahí, tenés que encontrar una respuesta mejor a eso.
Lento, muy lento al principio, fuimos avanzando entre medio de fiordos y a través de montañas. Empezamos a disfrutar de lo que es el acampe libre y dormimos al lado de lagos, ríos y bosques. Le fuimos perdiendo el miedo a la ruta y agarrando cariño a las bicis. La lluvia nos frenaba un poco, pero en algún momento el sol siempre salía y nos dejaba seguir.
Ya en Hjelmeland, a punto de cruzar a Narvik y agarrar el camino de montañas que nos llevaría hasta Odda y a Trolltunga, dos alemanas en una motorhome nos contaron que ellas venían de allá y que la ruta estaba llena de nieve, con paredes de 6 o 7 metros al costado. Agradecidos con esa información, no nos quedó otra que arrancar para el otro lado y tomar el camino de la costa. Lo último que queríamos era agregarle nieve al clima lluvioso y frío que nos estaba tocando.
La elección fue acertada. Las montañas empezaron a ser menos empinadas y se podían pedalear mejor. Empezamos a hacer los 35 km por día que teníamos pensado. En el camino nos encontramos con los Sanders, una familia de Bélgica compuesta por Mamá, Papá y las tres nenas. Ellos empezaron en marzo en su país y ya llevaban más de 3000 km pedaleados. Como compartimos una parte de la ruta con ellos, fuimos aprendiendo de sus técnicas y escuchando atentamente sus consejos. Teníamos que aprender a no frenar en las subidas porque eso nos demandaba más energía. La consigna era ir lento pero firme, y así lo fuimos haciendo.
En el camino, además, dormimos en casillas de espera de ferrys que eran más calentitas y al reparo del viento y en una choza réplica de donde los antiguos noruegos del norte se refugiaban del invierno. Vimos lagos que parecían espejos, pasamos por un pueblito en la montaña donde había una feria y una carrera de patitos de ule, cruzamos la montaña a través de túneles y nos encontramos con una cascada que pasaba por debajo de la ruta.
El recorrido que hicimos desde Sunde a Sundal en la región de Kvinnherad donde está el glaciar Folgefonna, fue nuestro favorito. Son 58 kilómetros de ensueño. El paisaje siempre tiene el fiordo a la izquierda, bosques de pinos y montañas con nieve por todos lados.
Llegar a Sundal fue muy emocionante. Desde la ruta podíamos ver parte del glaciar y, además, sabíamos que estábamos a un túnel de distancia de Odda. Con la ansiedad que teníamos, hubiésemos hecho los 19 kilómetros que nos faltaban para llegar a destino, pero tuvimos que esperar hasta el otro día para tomar el colectivo ya que ese túnel era prohibido para bicicletas.
Y ya estábamos ahí, la hermosa Odda nos recibía con sol. Ese pequeño pueblito de casitas de colores, rodeado de dos cadenas montañosas llenas de nieve, era más de cuento de lo que imaginábamos. Dos semanas atrás, creímos que sería imposible llegar hasta ahí. En la oficina de turismo de Stavanger se nos habían reído un poco cuando les contamos que íbamos a Odda y en bici. Si les parecía loco a ellos ni se imaginan a nosotros.
Esa noche, preparamos las mochilas con todo lo que podíamos llegar a necesitar para una escalada de 12 horas. Esta vez no nos iba a agarrar desprevenidos e íbamos a evitar las hipoglucemias de Uli a toda costa. 3 Coca Cola, 2 paquetes de masitas, 4 sándwiches, pan con queso, ensalada de papas, chocolate y maní. Con eso tenía que ser suficiente. ¿Era suficiente? Siempre quedaba la duda.
Trolltunga
Dormimos poco, como cuando uno tiene un viaje importante. A las 6 de la mañana ya estábamos desayunando. Habíamos tenido suerte, ese día estaba pronosticado sol toda la jornada. El primer bus que te lleva hasta la base, en Skjeggedal, sale a las 7:35 desde el centro de Odda y cuesta 35 NOK. Se suponía que te dejaba en la base, pero tanto nosotros como el grupo de chicos que había salido desde el camping nos sorprendimos al enterarnos de que el colectivo te dejaba a mitad camino y que tenías que tomar un taxi de 50 NOK para llegar hasta la base. Claro que podríamos haber hecho ese recorrido a pie, pero no dan los tiempos. Dicen que son 10 horas para subir y bajar, pero que, como el 90% del camino está cubierto de nieve, son 12. Se recomienda llegar descansado a la base porque se empieza subiendo 800 metros en los primeros 1700 metros de escalada y, además, el último bus de regreso a Odda es a las 20:10.
Lo única forma de llegar hasta Trolltunga es escalando la montaña por 5 horas de ida y 5 de vuelta (en condiciones normales). No hay ruta de bici ni de auto ni aerosillas. Dicen que para disfrutar del paisaje que se ve desde la lengua del troll, hay que merecerlo. No recomiendan el camino para menores de 15 años.
Casi todos los que subían con nosotros tenían entre 20 y 30 años. Había gente de Polonia, Canadá, Estados Unidos, Noruega, Dinamarca, Alemania Colombia y Brasil (los únicos latinos que cruzamos hasta ahora). El camino es uno sólo, aunque dicen que se puede subir los primeros 2 km por las vías de un antiguo funicular en desuso. Es el camino más corto y el más peligroso, hasta dicen que está prohibido pero no hay ningún cartel que así lo señale.
Nosotros, por las dudas, nos decidimos por la subida entre las piedras. Lento pero seguro, algo que ya teníamos como lema. Esos primeros 1700 metros son pesados porque sube muy empinado todo el tiempo. Hay una piedra tras otra, a veces en forma de escalera, a veces en un camino no tan marcado. Eso sí, la vista es increíble.
Una vez arriba, empieza la nieve. Un año atrás, para estas fechas, las temperaturas eran de 15 grados todos los días y no quedaba más nieve. Este año el invierno se alargó y aún quedan los restos. Nos pareció que sería emocionante, pero al no tener nada de experiencia con nieve, no sabíamos que iba a ser tan complicado. La nieve patina y moja. Nunca imaginamos que sería posible caminar sobre metros y metros de nieve 6 horas en subida y bajada. Las subidas parecían peligrosas, había que seguir las huellas marcadas para no hundirse y había que ir despacio y con cuidado para o resbalarse. Las bajadas hubiesen sido geniales con un culipatín. Pero lo peligroso o tedioso no opacaba el paisaje. Era montaña, nieve y cielo. El grupo se fue dispersando y a veces quedábamos solos. ¿Queríamos nieve?, bueno, ahí la teníamos. A veces nos enterrábamos hasta la rodilla, pero era divertido. Cada vez estábamos más cerca de ese lugar que tanto soñábamos y el camino también era de cuento. Cruzamos casillas semienterradas y cascadas provenientes del deshielo con agua incluso más rica que la mineral. El problema era cuando te agarraban ganas de hacer pis, porque no había baño ni árbol ni piedra para ponerse atrás. Tampoco era recomendable salirse del camino marcado porque te podías enterrar en la nieve o caer en algún pozo que está tapado y no se ve.
Fuimos parando cada una hora y media a comer para evitar las hipoglucemias. Las mediciones de Uli siempre dieron entre 100 y 180, así que estaba bien, lo estaba logrando sin complicaciones. La noche anterior nos habían surgido muchas dudas y miedos sobre cómo sería hacer esa subida con diabetes tipo 1.
El camino no dejaba de subir y el sol reflejaba en la nieve y pegaba muy fuerte sobre la piel, pero todo eso fue recompensado. Terminamos de hacer una subida y empezamos a ver gente sentada y comiendo sándwiches. Además de eso, ya hacía seis horas que estábamos caminando así que tenía que ser ahí. Nos asomamos un poco más y vimos ese pedazo de roca suspendido sobre el fiordo con las montañas nevadas de fondo. El sol estaba en todo su esplendor y en el cielo no había ni una nube. Era perfecto, todo eso era perfecto. Dicen que te sentís como en el techo del mundo, y así fue. Lo habíamos logrado, nos mirábamos sin entender lo que estaba pasando. No sólo habíamos cumplido nuestro sueño sino que habíamos conseguido controlar los niveles de glucosa de Uli. 11.30 horas de escalada en la montaña con nieve y 1 sola hipoglucemia controlada a tiempo.
La bajada no fue tan mágica ni risueña. Hubo resbaladas en las piedras, mucha nieve derretida, pies congelados y mucho dolor de piernas. Lo bueno fue que una parejita de Estados Unidos con la que hicimos casi todo el camino nos llevó de regreso hasta Odda así que no tuvimos que correr para alcanzar el último colectivo ni pagar el costoso taxi. Dato de color: El chico de esa parejita le propuso casamiento a la novia cuando estaban parados en la roca. Se arrodilló y todo, como en las películas. No soy partidaria de los casamientos, pero fue algo muy lindo de presenciar.
Y ahora no sabemos a dónde nos lleva la ruta, pero vamos a seguir pedaleando porque ya sabemos que así se nos da bien eso de hacer los imposibles posibles.
Categorías: Cónicas de un viaje en bici
Hermoso, los admiro muchisimo. Sigan asi, luchen, y cuidense mucho! Sean felices!
Gracias! Qué hermosas palabras Juan!
Los refelicitoooooo x cumplir sus suenos!!!!!adelante!!!!!♥Dios va con uds donde quiera que vayan!!!!!saludos
Gracias Sandra 😊
que emocion! los felicito chicos!!
Gracias Mile!
Que lindo es leerte Aliiii!! Me emociona mucho todo lo que estan haciendo, sigan cumpliendo sus sueños, siempre. Te quiero madrina!
Te quiero y extraño ahijada!
Esther vocos -tesio. Que linda experiencia chicos !! Esto es hacer historia !!! gde Uli por tu fuerza de voluntad ,y gde Ali por tu apoyo incondicional ,lluvia de bendiciones ,cariños