Sobre las cosas que nunca pensamos que podían pasar

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Soy de esas personas que, todas las noches, antes de dormir, imaginan situaciones posibles. Así como hay quienes necesitan tener todo absolutamente planeado, estamos los que necesitamos tener a nuestra disposición un abanico de posibles reacciones, comentarios, opciones, etc. Y esto se da por el simple hecho de que las sorpresas nos abruman y anulan nuestra capacidad de pensar con claridad. Un ejemplo de esto es algo que me pasó cuando tenía 15 años: iba en moto con una amiga cuando de repente se pincha una rueda y estamos a punto de caer. Cualquier otra persona diría que no recuerda que pasó, sólo sabe que terminó tirada en medio de la calle, pero yo recuerdo cada detalle como si fuese en cámara lenta. Se pincha la goma, suelto el acelerador (era una moto sin cambios), no aprieto el freno y hago equilibrio hasta caer sentada. Y esto pasó porque imaginé infinitas veces qué tendría que hacer si se me pinchara una goma de la moto. ¿Se entiende mejor ahora? Imaginar posibles reacciones de las personas o posibles hechos hacen que estemos más preparados al momento de actuar, decidir o contestar. Pero el lado no tan divertido de esta forma de llevar la vida es que es muy difícil que algo nos sorprenda.

Pero, ¿Qué tal si pudiésemos hacer que cada día ocurriesen cosas que nunca conseguimos imaginar?, cosas que nunca entraron en nuestro espectro de posibilidades porque no sabíamos que podían suceder o porque, simplemente, creímos que estaban fuera de nuestro alcance. Parece ser que la vida del viajero tiene algo que ver con esta consigna.

Si bien la mente humana es un gran misterio, la mayoría de las veces, las personas pueden ser predecibles. Con un mapa en mano y Google los paseos también pueden preverse y con el pronóstico del tiempo se puede tener una idea de qué ropa se va a necesitar. Pero si juntamos a personas desconocidas con idiomas diferentes en lugares remotos, parece ser que todo es posible.

Cuando Talei nos contactó para que nos hospedemos en su casa durante nuestra primera semana en Sydney, nunca imaginamos que seríamos su primer experiencia con huéspedes, que nos esperarían con una habitación de hotel y con el diario del día sobre el escritorio, que serían tan gentiles con nosotros ni que compartiríamos tantas experiencias interesantes y divertidas con ella y sus padres (como el partido de rugby, la visita a la granja o la cena viendo el atardecer en un lujoso bar giratorio en el piso 47).

Tampoco pudimos predecir que Talei nos saludaría con un amistoso abrazo en el país en el que sólo se estrecha la mano. Detalles con los que empezamos a entender que por los siguientes meses nada iba a ser como lo habíamos pensado.
Y después de nuestra estable primera semana deslumbrados por Sydney, siguió el período en el que realmente no sabíamos qué íbamos a hacer, de qué íbamos a vivir ni qué íbamos a comer. A esa altura, ya sabíamos que un pequeño apartamento salía 300 dólares la semana, un menú diario 15, un pasaje en tren por 400 kilómetros 60, una caja de tiras para medir la glucosa en sangre 56, entre otros gastos fijos. Precios que superaban excesivamente la pequeña reserva de dólares americanos que tanto nos costó comprar en Argentina.

Llegamos en tren a Tomwoorth (pueblito ubicado a 173 km de Narrabri). Nos encontramos cara a cara con Peter, alguien con quien intercambiamos emails y que yo nunca había visto. Pasar la tarde tomando cerveza con él, su novia y uno de sus mejores amigos fue algo inesperado. A lo que se sumó una cena en una parrillada con platos extremadamente grandes y pasar la noche en un Motel de película.

Y de repente supimos que Peter tenía todo preparado para que apenas lleguemos a Narrabri podamos trabajar y solventar nuestros gastos. Era imposible no pensar: ¿cómo puede ser que alguien a quién no conocíamos, en un país en la otra punta del mapa, pueda tener como único objetivo que nosotros, dos perfectos desconocidos, disfrutemos lo más posible nuestra estadía en Australia?¿La hospitalidad de la que los viajeros hablan realmente existe?. Y sí, evidentemente existe. Peter nos abrió la puerta de su casa, nos consiguió trabajo en su empresa y en las casas de conocidos, nos integró a sus amigos para que también fueran los nuestros, nos invitó a lugares por los que nunca podríamos pagar y se aseguró de que nos alojemos en un lugar cómodo y agradable. Parece imposible, pero no lo es. Lo vivimos día a día intentando que comprenda nuestro agradecimiento infinito, sabiendo que siempre vamos a estar en deuda con él.

Ahora entendemos también el concepto de “cadena de favores”. Recibir tanto de alguien que no espera nada a cambio te incentiva a hacer lo mismo por otras personas. Quizás, a nuestra manera, algo de eso hicimos cuando alojamos por dos semanas a Tara y Shane (la pareja de australianos) el año pasado. O, tal vez, no es a cambio de nada; es a cambio de experiencias, aprendizaje, risas, momentos únicos y nuevos lazos para toda la vida.

Claro que están esos días (la mayoría) en los que nos invaden la preocupación y las dudas. Pero el hecho está en que “los cambios solo se dan cuando hacemos algo que va en contra, totalmente en contra de todo lo que estamos acostumbrados”. Y, al menos yo, no pretendo pasar por esta vida de manera pasiva, solamente informando. Creo que el verdadero periodista, viajero, alquimista, soñador, aventurero, militante o creyente busca cambiar/mejorar algo de este mundo, así sea fuera o dentro de uno mismo.

Categorías: Reflexiones en viaje

2 Comentarios »

  1. creo que lo mejor de la vida es encontrar el equilibrio para dejar que te sorprenda día a día , pero sin olvidar aquel As bajo la manga sobre como responder ante las diversas situaciones que seguramente fueron previstas con anterioridad, entonces lo predecible y lo sorpresivo entran en un juego misterioso e incierto haciendo de esa experiencia mágica e inolvidable.. En mi opinión, esto es lo que están viviendo ustedes! es por ello que desde llegaron que están viviendo a pleno y no dejan de sorprenderse con cada persona, lugar o situación que se les presenta! sigan disfrutando!!! 🙂

  2. En el caso de los viajeros, en cierto modo nos gusta lo impredecible. Es quizas por eso que agarramos nuestra mochila y salimos a donde nos lleve el viento, disfrutando de conocer nuevos amigos, y experimentando la hospitalidad de personas que aunque desconocidas, nos abren las puertas de sus casas. Y estoy de acuerdo con ustedes en lo de «la cadena de favores», no es que uno lo haga esperando nada a cambio, pero la vida se encarga de devolvertelo. Un dia hospedas a unos y otro dia ellos hospedan a otros, y asi se va esparciendo ese espiritu viajero y altruista que nos caracteriza a todos los que un dia decidimos aventurarnos en este camino de los viajes! Muchas bendiciones para ustedes, y la vida los siga recompensando en cada paso que den! Un abrazo!!
    Rodo

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